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martes, 13 de marzo de 2018

ACTIVIDADES CONMEMORATIVAS DEL DÍA DE LA MUJER (III)

VI CONCURSO DE RELATOS CORTOS 8 DE MARZO 2018


"LA HISTORIA TAMBIÉN LA ESCRIBEN ELLAS"

En la modalidad de adultos, el relato ganador fue Mujer sin barreras, de Ricardo Daza Duarte, natural de Camas, que consiguió, con un segundo relato, ser premiado en otro certamen similar convocado por el Ayuntamiento de Gerena. Aquí se insertan los dos


MUJER SIN BARRERAS

Mati adelantó el despertador una hora. Para ella era más difícil que para cualquier otra persona afrontar un cambio de esa envergadura, después de tantos años trabajando en el mismo lugar, sobre todo sin saber, con un mínimo detalle, cuales serían las condiciones físicas de su nuevo lugar de trabajo.

La poca anticipación con la que había recibido el correo electrónico con el que le comunicaban su traslado no le había permitido hacer muchas averiguaciones. Lo intentó con la persona del Departamento de Recursos Humanos que le atendió por teléfono, pero no resultó ser demasiado receptiva. Más bien al contrario, el tono que había utilizado al decir que, quizás, gracias a las “cuotas” se había librado de ser una de las “agraciadas” en el expediente de regulación de empleo, la hizo desistir de hacer más preguntas.

Aparte de quedarse, una vez más, con las ganas de mandar a alguien a un sitio donde no querría estar, también hubiese querido preguntarle a qué cuotas se refería: a las de mujeres con un puesto de nivel medio dentro de la empresa, a la de mayores de cuarenta y cinco años o a las cuotas de “cojos” y “cojas”, como ella se definía a sí misma, haciendo gala de ese humor “tostado” que tantas veces la libraba del desaliento.

Hasta el día antes las cosas habían sido mucho más fáciles. Siempre se levantaba con tiempo de asearse, desayunar y recoger un poco la casa. Después tan sólo tenía que salir y recorrer unos metros hasta la parada de autobús. Desde allí, llegaba en apenas quince o veinte minutos muy cerca de su lugar de trabajo.

En cambio ahora, su nuevo destino se encontraba a las afueras de la ciudad. Tras estudiar el recorrido llegó a la conclusión de que, para trasladarse al trabajo, debía cambiar de medio de transporte. De otro modo, tendría que planear la salida de casa con mucha más antelación y acomodarse a los horarios de tres líneas distintas de autobuses, con mala combinación y con la posibilidad cierta de que a alguno de ellos no le funcionase la plataforma elevadora. Verse obligada, en consecuencia, a esperar al siguiente. Sobre todo, estaba el riesgo añadido de llegar tarde en más de una ocasión, dando a la empresa la escusa perfecta para librarse de ella.

Así que optó por bajar al garaje y tomar los mandos de su vehículo particular, con el riesgo de no encontrar cuando llegara un aparcamiento apropiado, dentro del edificio o en un lugar próximo a la entrada. Temía verse obligada todos los días a aparcar lejos, a empuñar las muletas al salir del vehículo y a confiar en que el trayecto fuese transitable; a contar con las mínimas facilidades para acceder a él y llegar a su puesto de trabajo sin tener que depender de la amabilidad o de la caridad de los transeúntes, para abrir puertas, salvar desniveles y obstáculos inesperados.

A pesar de todas sus previsiones, el tráfico denso y algunas incidencias con vehículos parados que obstaculizaban parcialmente la vía, le hicieron llegar a su destino tan sólo con quince minutos de antelación con respecto a la hora en que debía presentarse en Recursos Humanos. Era un edificio grande, bordeado por un cerramiento metálico y entre ambos había un espacio ajardinado y plazas de aparcamiento. La entrada de vehículos estaba precedida por un puesto de control en el que era inevitable identificarse antes de traspasar la barrera, que permanecía cerrada.

Un vigilante de seguridad abrió la puerta de la garita y se acercó a ella. Con evidente desgana, tras un saludo mecánico, le preguntó:

—¿Tiene usted acreditación, o alguna cita concertada?—

—Me llamo Matilde Acevedo Ruíz. Hoy es mi primer día de trabajo en este edificio y todavía no tengo ninguna acreditación—

Tras pedirle que esperase un momento, el vigilante volvió a introducirse en la garita. Desde su posición le pareció verlo teclear y mirar de forma intermitente la pantalla de un ordenador. La búsqueda no parecía tener el resultado esperado. Le vio cabecear despacio hacia los lados con un gesto frustrado. Por fin, llevado por una especie de revelación, se golpeó la frente con la palma de la mano y se levantó para recoger del otro lado del mostrador lo que podría ser un cuaderno o un libro de visitas.

La preocupación de Mati aumentaba viendo como pasaban los minutos, ante la cada vez más segura perspectiva de no llegar a tiempo. A la vez, veía como algunos coches que llegaban después la sobrepasaban e, introduciendo una tarjeta en un lector, abrían la barrera y accedían al recinto. Esto acrecentaba para ella el riesgo de que al entrar, se hubiesen terminado de ocupar los últimos espacios disponibles.

Por fin el vigilante, accionando desde dentro la apertura de la barrera, le indicó que ya podía pasar.

Observó que a pocos metros de la entrada y muy cerca del acceso al edificio habían cinco espacios acotados y señalizados como aparcamientos de minusválidos. Cuando se disponía a dirigirse hacia el único de ellos que quedaba disponible, se le adelantó un Audi que llegaba en dirección contraria tras haber rodeado el perímetro de las oficinas. Sin saber qué hacer en ese momento, permaneció parada observando que el ocupante del Audi salía de él sin ninguna dificultad. Pasó por delante y vio que se trataba de un joven de aspecto saludable que se desplazaba con agilidad y que tintineaba alegre las llaves tras apuntar al coche con el mando a distancia y accionar el cierre centralizado.

En esta situación, Mati asumía ya lo imposible de presentarse a tiempo en el departamento de Recursos Humanos y lo difícil que debía ser encontrar un espacio en alguna otra parte del recinto. Al meter la marcha automática para continuar adelante se le ocurrió que, tal vez, aquel vigilante ocupado en encender un cigarro, podría tener algo más que decir o algo más que hacer de lo que había dicho o hecho hasta ese momento.

Empujó la puerta para tener espacio suficiente en el que apoyar las muletas, se incorporó y dio algunos pasos hacia el vigilante. Éste no reparó en su presencia hasta que ella le habló en voz alta desde su posición, señalando al Audi —Ese señor no tiene tarjeta de minusválido y me atrevería a decir que los demás tampoco. ¿Por qué los dejan aparcar ahí?–-

El vigilante le contestó como si aquella intervención perturbase el orden natural de las cosas:

—A mí no me corresponde decirle a cada uno donde debe y donde no debe aparcar— Comenzó a sacudirse la ceniza del cigarro que le caía en el pantalón mientras reparaba en que otros coches se aproximaban a la entrada y comenzaban a introducir sus tarjetas en los lectores para abrir la barrera.

—Y además le pido que haga el favor de retirar su vehículo porque está obstaculizando el paso–- .

En efecto, Mati comprobó que su vehículo impedía que los coches que se incorporaban al recinto superasen la barrera en su totalidad y pudieran seguir avanzando. Con la cabeza gacha, aceptando las posibles consecuencias de su retraso hizo amago de entrar de nuevo. Pero en lugar de eso, apoyó la espalda en la puerta trasera quedando como paralizada durante unos instantes, mirando al suelo. Tras esos momentos en los que fueron en aumento tanto los pitidos de los vehículos que pretendían pasar como las indicaciones del vigilante que de ser ruego sordo e imperativo, pasaban a veladas amenazas, en lugar de disponerse a iniciar la lenta maniobra de entrar y colocarse en su asiento, golpeó y cerró la puerta con el tope de goma de una de sus muletas, lo más fuerte que pudo. Después de accionar el mando a distancia, volvió a mirar al vigilante y le dijo:

–-Después de todo, tengo de darle la razón. A usted no le corresponde decirle a cada uno donde debe y donde no debe aparcar–- A continuación, se encaminó hacia la puerta de entrada sin que toda aquella algarabía de pitidos, insultos e imprecaciones, le afectara en lo más mínimo.

Todavía hoy en día, cinco años después, en la planta noble, los más veteranos recuerdan de vez en cuando la mañana en que la actual Directora de Recursos Humanos, fue la causante del mayor problema de orden público jamás ocurrido dentro de la empresa.

Enero 2018.






LA REINA DEL BARRIO.
La noticia se extiende como la pólvora por todo el Pabellón Polideportivo. Cristine ha sido secuestrada.

Una vecina de edad avanzada ha sido testigo de cómo tres individuos, disfrazados de beduinos, la sacaban a la fuerza de su domicilio y la introducían en su propio vehículo, arrancando a toda velocidad, con rumbo desconocido.

El concejal de distrito no sabe qué hay de cierto en este rumor, ni cómo puede afectar a la salida de la cabalgata. Y para colmo, a falta de pocos minutos para la hora prevista, el sustituto de Cristine tampoco se ha presentado. No puede negar que esta mañana respiró aliviado cuando Cristine le visitó en su despacho para comunicarle su renuncia a salir esta noche de rey Baltasar. Pero le empieza a preocupar que algunos de quienes, escondidos tras el anonimato, la han estado amenazando a través de las redes sociales, pretenda ahora darle un susto, o algo peor, aprovechando que con esos disfraces no iban a llamar la atención entre el bullicio, en una noche como ésta.

La noticia de la designación de un transexual como rey Baltasar ha provocado un gran revuelo y ha sido muy comentada en todos los medios de comunicación. Las protestas procedían de personas y colectivos muy dispares. En algunos casos se trataba de opiniones críticas pero respetuosas. En otros, de salidas de tono o de insultos incomprensibles. La oposición lo trataba como una nueva provocación de la alcaldesa. Grupos homófobos lo calificaban de acto contra natura. Asociaciones belenistas consideraban inadmisible que un rey mago fuese representado por una mujer, o lo que fuese. Comunidades de inmigrantes tachaban la decisión de racista. Algunos llamaban al boicot, otros a la inasistencia, otros a inundar de denuncias los juzgados.

Al igual que quienes la han atacado tanto estos días, el concejal de distrito desconoce que, desde que recibió la noticia, para costear los gastos de su participación como rey, Cristine ha venido reduciendo las compras en la carnicería y en la pescadería. Contra sus principios, se ha pasado a las marcas blancas en el supermercado. Se ha dado de baja en el gimnasio y ha suspendido sus clases de zumba. También ha renunciado a comprar el vestido al que le tenía echado el ojo para la boda de su hermana. Y todo, cuando aún no ha terminado de pagar el préstamo solicitado para costear la última operación.

De repente, entre la multitud que espera fuera, se oye un fuerte murmullo, seguido de aplausos atronadores. El concejal ve aparecer por la puerta del pabellón, un pequeño grupo. En el centro, Cristine, con la cara impregnada de betún, envuelta en la sencilla indumentaria de un rey africano. De sus brazos tiran con insistencia sus dos compañeras de la peluquería. Y empujándola por detrás, Argimiro, el delantero dominicano del equipo del barrio que el concejal había designado como sustituto, el único de los tres beduinos que no necesita maquillaje.

En este pabellón, donde no hay barreras, todos aclaman a su reina.


















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